Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto;
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y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz.
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Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él.
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Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías.
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Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd.
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Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor.
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Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis.
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Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo.
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Cuando descendieron del monte, Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos.
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Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero?
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Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas.
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Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos.
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Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista.
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Cuando llegaron al gentío, vino a él un hombre que se arrodilló delante de él, diciendo:
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Señor, ten misericordia de mi hijo, que es lunático, y padece muchísimo; porque muchas veces cae en el fuego, y muchas en el agua.
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Y lo he traído a tus discípulos, pero no le han podido sanar.
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Respondiendo Jesús, dijo: ¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Traédmelo acá.
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Y reprendió Jesús al demonio, el cual salió del muchacho, y éste quedó sano desde aquella hora.
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Viniendo entonces los discípulos a Jesús, aparte, dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera?
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Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible.
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Pero este género no sale sino con oración y ayuno.
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Estando ellos en Galilea, Jesús les dijo: El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres,
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y le matarán; mas al tercer día resucitará. Y ellos se entristecieron en gran manera.
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Cuando llegaron a Capernaum, vinieron a Pedro los que cobraban las dos dracmas, y le dijeron: ¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas?
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El dijo: Sí. Y al entrar él en casa, Jesús le habló primero, diciendo: ¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos, o de los extraños?
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Pedro le respondió: De los extraños. Jesús le dijo: Luego los hijos están exentos.
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Sin embargo, para no ofenderles, ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por mí y por ti.